Aguas Claras, Peligro Oculto

Capítulo 1 – Otro Día en Agua Clara

A las ocho en punto, el zumbido de la planta sonaba desafinado. La mayoría no lo notaría, pero yo llevaba años escuchando esa misma vibración. Era como oír a alguien respirar mal en la oscuridad.

El sol rompía entre nubes húmedas, cortando la carretera de grava en haces delgados que convertían los charcos en plata. El aire tenía esa mezcla de metal, tierra mojada y cloro que te decía exactamente dónde estabas. Otro día en la Planta Clear Water.

Antes de esto, llevaba otra placa: cinco años en Correccionales del Condado Douglas, CO II cuando me fui. Pasé años caminando entre pasillos de concreto, aprendiendo lo rápido que la calma se convierte en violencia. Antes de eso, fueron dos décadas de contratos con el Pentágono—buen dinero, demasiados fantasmas. La Base Aérea Stafford, del Comando Estratégico de EE. UU., fue lo que me trajo al Medio Oeste. Ahora, como Supervisor de Seguridad en la Planta Clear Water, este debía ser el capítulo tranquilo. Menos puertas golpeando. Menos hombres tras el vidrio. Un lugar para respirar.

La caseta de guardia se alzaba sola junto al portón principal, una caja cuadrada de pintura gastada y equipos cansados. Desde mi asiento podía ver casi todo el complejo a través del vidrio grueso. No era solo un tipo aburrido detrás de un escritorio. El condado me tenía acreditado como seguridad armada de planta—arma en funda, esposas en el cinturón, placa visible en la chaqueta. Eso cambiaba cómo me miraban los demás, y cómo yo miraba los problemas. El edificio de control estaba en el centro, un bloque gris rodeado de tanques plateados que brillaban como tambores gigantes.

Los empleados llegaban uno a uno, faros cortando la niebla. Pasaban sus tarjetas por el lector junto al torniquete—un pitido rápido, un destello verde y el portón se abría con un clic. Algunos se detenían a charlar por la ventana, normalmente sobre café, el clima o el último memo de Mark. Otros solo saludaban y seguían, audífonos puestos, rostros vacíos por el turno temprano.

La camioneta de Dave se detuvo junto a la caseta. Se asomó por la ventana con su media sonrisa de siempre.

—Buenos días, RJ.

—Llegaste temprano.

—Contra mi voluntad, créeme. Mark quiere que rehaga los reportes otra vez. Dice que el formato está mal. Dale veinte minutos y preguntará cómo arreglar su propio error.

—Como siempre —dije.

Dave rió, golpeó su camión y siguió hacia el edificio. Todos sabían que él mantenía viva esta planta. Solo Mark creía que era al revés.

El carro de Sharon vino detrás, frenando junto a la entrada. Se detuvo un segundo, la cabeza ladeada como si escuchara algo que nadie más podía oír. Luego frunció el ceño y siguió su camino.

Tomé el micrófono.

—Control, aquí Seguridad Uno. ¿Me copian?

La respuesta fue solo estática—un siseo largo que me erizó la piel—y luego volvió la charla de siempre como si nada.

El turno tomó ritmo. Los camiones entraban, las credenciales pitaban, los radios zumbaban entre niveles de tanques y chistes sobre café malo.

La rutina te mantiene cuerdo en este trabajo—hasta el día que deja de hacerlo.