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Rated: 18+ · Book · Horror/Scary · #2349921

Supervivencia y miedo en una planta de agua tras el colapso del mundo y del alma humana.

#1101312 added November 12, 2025 at 1:01pm
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Capítulo 9 – La Fortaleza y el Campo
La mañana llegó gris y pesada, con esa luz que nunca calienta. La tormenta había limpiado el aire, pero dejó el mundo vacío.

El pulso de cuarenta y siete segundos seguía retumbando en las cabezas de todos. La gente hablaba más bajito, caminaba más despacio, esperando el próximo temblor que todavía no llegaba.

Sharon yacía bajo una cobija, las muñecas sueltas pero amarradas. Alex estaba a su lado, limpiándole la cara con un trapo húmedo. No era enfermera — solo tenía años cuidando ancianos, alimentándolos, calmándolos. Aun así, sus manos no temblaban.

Dave miraba la cámara del cerco sur. “Tenemos venados otra vez. Seis, tal vez siete.”

Alan se inclinó. “Justo contra la reja. Igual que ayer.”

Santiago levantó el rifle del estante. “Los pelados tienen hambre. Podríamos tumbar dos.”

Dave asintió. “Lo haremos en silencio.”

Alex levantó la vista. “No los vas a sacar allá afuera solo para demostrar algo.”

“No,” dijo Dave. “Es para comer.”

Ella no discutió. Solo volvió con Sharon, los dedos en la muñeca de la mujer, como midiendo la distancia entre la vida y lo que fuera que esto se estaba volviendo.

Los cazadores salieron bajo la llovizna. Los vi a través del vidrio empañado — tres siluetas moviéndose agachadas por el campo, los rifles firmes, el aliento visible. Los venados no corrieron. Dos disparos después, se acabó.

Arrastraron los cuerpos por la reja exterior. Alex se quedó con los niños, la voz calmada, suave sobre el sonido de la lluvia y el metal. Galletas, agua, cuentos — cualquier cosa para mantener sus ojos lejos de la ventana.

Detrás del taller de mantenimiento, el viejo cuarto frío químico volvió a la vida. El aire adentro mordía de lo helado. Ganchos, cuchillos, lonas y baldes. Alan cortaba, Santiago separaba, Dave anotaba y sellaba. Sin ceremonia. Solo supervivencia.

Al mediodía, el olor a hierro se metió por las rejillas de ventilación. Alex arrugó la nariz pero no dijo nada. Sabía que era mejor no cuestionar la necesidad.

Pasamos el resto del día convirtiendo la planta en algo que pudiera resistir. El camión selló la carretera norte. El volquete bloqueó la puerta este. Llenamos los huecos con concreto. Alan soldó la puerta lateral mientras Dave pasaba cable de acero por la cerca hasta que zumbó con el viento.

Adentro, Alex organizaba medicinas y cobijas, contaba la comida y mantenía a los niños cerca. Podía oírla tarareando — la misma melodía suave que usaba en los turnos nocturnos años atrás, lo bastante constante para que no le temblaran las manos.

Al anochecer, Dave entró limpiándose la grasa con un trapo viejo. “Depósito sellado. Cerca firme.”

Asentí. “Entonces resistimos.”

Desde la esquina, Sharon se movió. Sus ojos se abrieron a medias. “Construyeron muros,” dijo, la voz delgada como papel. “Pero no es lo de afuera lo que tienen que mantener afuera.”

Alex se quedó inmóvil. Nadie respondió.

Entonces las luces empezaron a parpadear, los monitores se pusieron grises, y luego destellaron en blanco, como relámpagos atrapados en los cables. La presión del aire bajó; cada respiración se sintió más pesada.

“¡Protección auditiva! ¡Protección auditiva!”

Gritos sonaron por todas partes — ásperos, desesperados, fuera de ritmo.

Santiago contó en voz baja. “Uno… dos… tres…”

Los trabajadores se movieron por instinto. Se bajaron las orejeras, se apretaron los tapones. Una caja de herramientas cayó. Alguien rezó bajo el rugido del generador.

A los siete segundos, se detuvo.

No hubo choque. No hubo derrumbe. Solo el eco vibrando en los huesos.

El sonido volvió a crecer — bajo, subiendo, demasiado familiar. Todas las cabezas se giraron hacia los monitores cuando el zumbido se volvió más profundo y el piso empezó a temblar.

El zumbido que vino después siempre duraba casi un minuto — suficiente para sentir que el mundo respiraba mal antes de volver al silencio.

Dave exhaló. “Siete segundos al principio. Un minuto con cuatro en total.”

Miré hacia el vidrio negro de la ventana. “Está aprendiendo. El primer pulso duró cuarenta y siete segundos. Este se estiró a sesenta y cuatro.”

Afuera, la cerca estaba vacía. Los venados se habían ido. El campo yacía quieto, esperando.

Desde la esquina, Sharon se movió otra vez. Su cabeza se inclinó, una leve sonrisa tocó sus labios. Sus ojos se abrieron a medias. “La fortaleza está construida,” susurró, la voz tan delgada como papel. “Ahora el campo sabe dónde encontrarlos.”

Alex se quedó helada. Nadie respondió.
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